jueves, 10 de febrero de 2022

Las carreteras y el fin de la era del petróleo - Fragmento 22

 

Citación sugerida:
Molina Molina, José Antonio (2020): Las carreteras y el fin de la era del petróleo.

Índice de fragmentos publicados en esta web



7. La decadencia del petróleo 


A lo largo de este trabajo hemos hecho referencia en varias ocasiones al declive de los combustibles fósiles. Es ese declive el que nos permite aventurar que viviremos en las próximas décadas una crisis en el sector del transporte marcada por una drástica reducción en la flota mundial de vehículos, lo que previsiblemente conducirá a que muchas redes viarias actuales, o proyectadas para el futuro inmediato, pasen a estar infrautilizadas. Sobre ese declive en los combustibles fósiles existe una amplia bibliografíanota 1 que no deja de crecer, conforme el fantasma de la escasez se hace más evidente. Cada vez son más los científicos, organismos, instituciones y empresas que alertan de una reducción en el suministro mundial de petróleo para las próximas décadas, y de las graves consecuencias que ello puede tener en nuestro modo de vida.

   No se trata de que el petróleo se esté acabando, de manera que ya no quede más bajo tierra; lo que sí se está agotando es el petróleo fácil, el barato, es decir, el petróleo propio del siglo XX. En este punto cabe remarcar la diferencia entre los recursos y las reservas: cuando hablamos de ‘recursos’ hacemos referencia a la cantidad real que existe en este planeta de una materia prima específica (en este caso, el petróleo), mientras que cuando hablamos de ‘reservas’ hacemos referencia a la fracción de los recursos que es viable explotar, desde el punto de vista técnico, energético, o económico. En el caso del petróleo, los optimistas tienden a argumentar que hay recursos más que suficientes para alimentar la voracidad de la civilización durante muchos siglos, pero la realidad es que la cantidad de ellos a los que tenemos acceso y que podemos explotar de modo rentable (es decir, las reservas) es mucho más limitada. Muchos estudios sugieren que será en este siglo XXI cuando se evidencie que, por primera vez en la historia, las reservas de petróleo ya no podrán seguir nutriendo el crecimiento imparable de la demanda. La historia ya ha visto la relación estrecha que existe entre la disminución en el suministro de petróleo o el alza de sus precios y las recesiones económicas, como la de los años 70. La diferencia con lo que sucederá este siglo es que se espera que esa disminución en el suministro sea irreversible, porque ya no obedecerá a motivos coyunturales de la geopolítica y la economía mundiales, sino a las leyes físicas que marcan la disminución de las reservas y el aumento de la energía necesaria para extraerlas.

   En el párrafo anterior se ha apuntado una idea básica, pero rara vez se toma en consideración. El sistema económico tiende a verse como un ente autónomo, y cuando hay una crisis en el mismo o una etapa de decrecimiento suelen buscarse las causas dentro del propio sistema. Se ignora que la economía depende enteramente de los recursos y las fuentes de energía naturales, y que si estos se agotan o se vuelven más difíciles de obtener, o no pueden obtenerse a la misma velocidad con la que aumenta la necesidad de los mismos, eso repercute directamente en el sistema económico. En otras palabras: la mayoría de las veces que hablamos de crisis económica lo que tenemos ante nosotros es, en realidad, una crisis energética, porque “una crisis energética significa una crisis económica” (Zandvliet, 2011). Esta estrechez de miras es típica de planteamientos totalmente equivocados que tardan mucho tiempo en corregirse. Un ejemplo en un ámbito completamente distinto es el de las corrientes lingüísticas que han estudiado las lenguas como si fueran sistemas autónomos, con vida propia, olvidándose de que las lenguas no existen sin los hablantes de las mismas. Una lengua es algo que “sucede” en el mundo porque hay personas que hablan, y solo por convención decimos cosas sin sentido, como que una lengua se impone a otra, o que una lengua se extingue, etc. De la misma manera, un sistema económico es algo que “sucede” en el mundo porque hay unos recursos naturales y unos seres, los humanos, que utilizan esos recursos para subsistir. La naturaleza de los recursos disponibles o accesibles, así como las distintas maneras de aprovecharlos, determinan en buena medida el carácter de las culturas o las civilizaciones, y es esa disponibilidad o accesibilidad de los recursos naturales el factor clave que marca la vigencia o la caducidad de dichas culturas o civilizaciones, así como el nivel de prosperidad, desarrollo o bienestar en el seno de las mismas. Aislar el sistema económico y analizar su evolución como si tuviera vida propia y obedeciera solo a causas endógenas es un gravísimo error, porque se olvidan los dos grandes sistemas que constituyen su razón de ser: los recursos naturales y los humanos. Este paradigma dominante, que hace del sistema económico una realidad diferenciada y autónoma, y cuya ley fundamental es el crecimiento perpetuonota 2, ha conducido a dos desastres: el deterioro del medio ambiente (incluyendo un cambio climático de consecuencias catastróficas) por un lado, y la consideración de que el bienestar humano es directamente proporcional a la abundancia material. Si continúa este paradigma, las nuevas crisis económicas que nos esperan, directamente relacionadas con la decadencia del petróleo, se diagnosticarán erróneamente, y para cuando se admita dónde está el problema realnota 3 ya será tarde para dar marcha atrás.

   Con el petróleo se cumple lo mismo que con cualquier otra materia prima: los humanos extraemos primero la porción de esa materia prima que es más accesible o más fácil de obtener, es decir, la más rentable. Los romanos podían extraer el cobre con pico y pala; nosotros, en cambio, tenemos que mover toneladas de roca con maquinaria pesada para obtener unos cuantos kilos de este metal. Con el carbón ocurre lo mismo: hemos extraído durante siglos el carbón más fácil, y también el de mejor calidad, lo que significa que ahora, aunque todavía tenemos carbón para largo, se trata de uno más difícil de extraer y de peor calidad, es decir, de menor contenido energético. Eso significa que, conforme pasa el tiempo, tenemos que emplear más esfuerzo (invertir más dinero) para obtener un producto que cada vez tiene peor calidad. A esta dificultad creciente a la hora de obtener un recurso y a la progresiva merma en su calidad o su rendimiento energético neto se añade el hecho de que cada vez tenemos más necesidad del mismo, debido a lo mucho que crecimos durante épocas pasadas, gracias a que el recurso era abundante y de alto rendimiento. El petróleo no es una excepción, como hemos dicho: durante más de un siglo hemos estado explotando de manera masiva los mejores yacimientos, esos que contenían bolsas gigantescas de petróleo fluido y a alta presión, de manera que bastaba perforar la tierra para que el oro negro saliera a borbotones, como todos hemos visto en las películas de Hollywood. Estos yacimientos, los que todos conocemos, son los que ahora se están agotando. 


Notas:

Las búsquedas en internet de cadenas de texto como “fin del petróleo”, “peak oil”, “pico del petróleo”, “ocaso del petróleo”, “futuro sin petróleo” arrojan miles de resultados. La cantidad de libros, páginas webs, blogs, informes y artículos que tratan de manera divulgativa el problema es enorme, como también lo son los estudios científicos que se ocupan de ello, así como de la urgencia de tomar medidas al respecto. Tal y como se verá más adelante en el texto, los pronósticos de producción de petróleo realizados por organismos de prestigio, como la Agencia Internacional de la Energía, también revelan datos preocupantes, si continúa la tendencia actual. Volver al texto

El sistema económico necesita crecer indefinidamente como parte de su naturaleza, aunque no es fácil entender los mecanismos que llevan a esta condición insostenible. Un “sujeto económico”, por así llamarlo, necesita producir hoy más que ayer, porque tiene que subsistir hoy pero también tiene que recuperar lo que invirtió ayer para conseguir la producción de hoy, si no quiere endeudarse. Como lo que ha producido hoy no es suficiente para recuperar lo invertido o para saldar sus deudas, o las deudas de sus predecesores, también hoy tiene que invertir para poder producir más mañana. Aun en el caso de que pudiera sanear sus cuentas saldando todas las deudas contraídas, el hecho de tener que competir con otros para seguir existiendo como sujeto económico, le impulsará también a invertir hoy para producir más en el futuro. Cada vez es necesario más dinero para generar más dinero, y si este proceso se ralentiza crecen las deudas con respecto a las ganancias, y se habla de recesión. Pero aceptar que este crecimiento puede durar para siempre, porque siempre será posible producir más en el futuro, ignora que el aumento de producción no depende solo de causas endógenas al sistema (como el aumento de inversiones): hay otras variables exógenas (geológicas, biológicas, climáticas, etc.) que gobiernan lo que el hombre puede obtener de la naturaleza, y el ritmo al que puede hacerlo. Son estas variables las que gobiernan el destino de las sociedades humanas y la durabilidad de las civilizaciones. Volver al texto

Se puede decir de muchas maneras, pero los científicos ya lo vienen anunciando desde hace más de 40 años estableciendo que el planeta tiene unos límites (físicos, biológicos…), y que los humanos los rebasaríamos en este siglo XXI (Meadows et al., 1972). El cambio climático antropogénico, admitido por la práctica totalidad de los países de la Tierra en el histórico Acuerdo de París, en 2015, es una prueba contundente de que estamos a las puertas de esos límites, si no los hemos sobrepasado ya. Volver al texto


< Fragmento anterior            Índice de fragmentos            Fragmento siguiente >


jueves, 3 de febrero de 2022

Las carreteras y el fin de la era del petróleo - Fragmento 21

 

Citación sugerida:
Molina Molina, José Antonio (2020): Las carreteras y el fin de la era del petróleo.

Índice de fragmentos publicados en esta web



   Con el petróleo agotándose o subiendo de precio de manera imparable, y con otros combustibles fósiles, como el carbón (crucial en la obtención de electricidad), agotándose o siendo cada vez de peor calidad (pues el carbón de mejor calidad es el primero que hemos extraído durante miles de años) el coste de la electricidad subirá de manera irreversible. Ello podría provocar que la locomoción eléctrica fuera privilegio de unos pocos, por consiguiente, su capacidad para sustituir a la locomoción basada en los combustibles fósiles sería mínima. La cuestión, sin embargo, no será tanto el coste de la electricidad, sino su misma disponibilidad: un mundo que ya no pueda contar con combustibles fósiles baratos y abundantes tendrá que obtener su electricidad de fuentes de energía renovables, pero estas o son muy caras, o producen poco y de manera discontinua. Una excepción sería la energía hidráulica, pero sus posibilidades de crecimiento son limitadas. Respecto a energías como la eólica y la fotovoltaica, requieren grandes inversiones, y las instalaciones tienen una vida media muy corta. Y si ahora son caras, como decimos (de hecho, despegaron con subvenciones estatales), ¿cómo de caras serán en un mundo con los combustibles fósiles en decadencia, precisamente el tipo de mundo para el que se promueve la locomoción eléctrica? Construir en mitad de un monte un parque eólico con torres de cien metros de altura podría ser, sencillamente, inviable si uno no dispone de combustibles fósiles baratos y abundantes en las distintas fases (fabricación, transporte, instalación, mantenimiento, etc.).

   Por todas las razones apuntadas, cabe dudar de que los vehículos eléctricos puedan llegar a ser hegemónicos algún día en las carreteras, sustituyendo por completo a los actuales vehículos de motores de combustión interna. Nadie duda de que la proporción de los vehículos eléctricos puede crecer en los próximos años,  en lo que se refiere al transporte de personas (difícilmente el de mercancías), pero se prevé que lo harán en un número muy reducidonota 5 . Como ocurre con los biocombustibles, la locomoción eléctrica es una realidad, pero no puede entenderse como una solución global al declive del transporte por carretera, motivado por el agotamiento o el encarecimiento de los combustibles fósiles.

   Otra tecnología incipiente en el sector del transporte por carretera es la de las pilas de combustible, que emplean el hidrógeno para alimentarse. Se ha hablado mucho de una economía basada en el hidrógeno, una vez que los combustibles fósiles ya no puedan ser la principal fuente de energía primaria de la civilización (Rifking, 2007). No obstante, los problemas del hidrógeno, considerado como vector energético, son todavía muy grandes, y en cuanto a su empleo como combustible de los vehículos existen muchas dificultades por resolver. 

   En estos vehículos existe un depósito de hidrógeno, el cual alimenta una pila de combustible, dispositivo en el que el hidrógeno reacciona con el oxígeno para dar vapor de agua y electricidad. El vapor de agua se desecha (lo que constituiría la única emisión de estos vehículos, en su fase operativa) y la electricidad se emplea para alimentar un motor eléctrico, que es el que impulsa el vehículo. Las ventajas sobre un vehículo eléctrico convencional son que este procedimiento aporta una mayor autonomía, y que los tiempos de repostaje son mucho más cortos (lo que cuesta llenar el depósito de hidrógeno). Los inconvenientes, empero, siguen siendo mayúsculos. En primer lugar, no existe una red de puntos de abastecimiento de hidrógeno para automóviles (hidrogeneras), y la disponibilidad de este gas a gran escala para usuarios finales requiere crear una compleja infraestructura que, a día de hoy, no existe. Por otro lado, hoy por hoy estos vehículos también dependen de los combustibles fósiles, en el sentido de que el hidrógeno que se produce deriva principalmente del gas natural (Stolten y Emonts, 2016). La producción mediante electrólisis, a partir del agua, sería un medio alternativo, pero requiere grandes cantidades de electricidad, con lo que tropezamos con el mismo escollo que con los vehículos eléctricos propiamente dichos: la necesidad de contar con electricidad abundante y barata, algo que precisamente faltará en el tipo de mundo para el que se diseñan estos vehículos alternativos (los de baterías y los de pila de combustible). A estos problemas hay que añadir otros no resueltos que involucran el manejo del propio hidrógeno, gas muy volátil y de escasa densidad energética, por lo que requiere de grandes y pesados depósitos de almacenamiento en el interior del vehículo.

   Aunque los vehículos de pila de combustible están dejando poco a poco de ser prototipos para ser automóviles plenamente funcionales, los problemas apuntados antes permiten inferir que tampoco constituyen una solución global al declive del transporte por carretera convencional. Lo son aún en menor medida que las opciones vistas anteriormente, pues precisarían la creación prácticamente de cero de toda una compleja infraestructura y economía de producción, almacenamiento, transporte y consumo de hidrógeno a gran escala. Todo ello requeriría ingentes cantidades de energía y de inversiones, pero en un mundo en recesión debido al agotamiento o encarecimiento de los combustibles fósiles, lo que le faltará a la civilización occidental será, precisamente, energía e inversiones.

   Que el declive del petróleo causará una crisis en el sector del transporte por carretera, debido a la dependencia casi absoluta del mismo con los combustibles fósiles, parece indudable. No obstante, las esperanzas puestas en los vehículos eléctricos, y en menor medida en los biocombustibles y el hidrógeno, pesan mucho todavía entre la sociedad, pero son como cortinas de humo que impiden ver lo que se avecina. Las conclusiones de algunos estudios basados en sofisticados análisis relacionados con la dinámica de sistemas ya lo han expresado de modo contundentenota 6. No existen en nuestros días sustitutos eficaces a los combustibles fósiles en el sector del transporte, en el sentido de que no hay ni combustibles alternativos ni nuevas tecnologías de la automoción con capacidad suficiente para sustituir a los 1.200 millones de vehículos actuales, y a un ritmo comparable al que seguirá el declive del petróleo, pronosticado para las próximas décadas.



Notas:
 La IEA prevé que en 2040 habrá unos 150 millones de vehículos eléctricos, lo que representará solo el 8% de vehículos ese año (IEA, 2016). Puede considerarse una previsión optimista, si recordemos que hay que excluir los vehículos de mercancías o la maquinaria pesada, y que no se está teniendo en cuenta el posible retroceso económico para esa fecha producido por el progresivo encarecimiento del crudo, que hará no solo más cara la fabricación de los vehículos eléctricos (fabricación que precisa más energía que la de los vehículos convencionales [EEA, 2016]), sino también la electricidad para alimentarlos. Volver al texto
 Véase, por ejemplo, «Fossil Fuel Depletion and Socio - Economic Scenarios: An Integrated Approach», Energy, 77, 1 diciembre de 2014, pp. 641–666 (Capellán Pérez et al., 2014). Volver al texto

< Fragmento anterior            Índice de fragmentos            Fragmento siguiente >