miércoles, 27 de septiembre de 2023

La lengua europea común - Fragmento 15

 

2.5 La naturaleza de la lengua vehicular para Europa


Es habitual, una vez que se propone la adopción de una lengua auxiliar para Europa como iniciativa para mejorar la cohesión entre los europeos, el surgimiento de debates apresurados como los precedentes. Por el momento no nos interesa si el inglés puede ser visto por algunos como una lengua vehicular de hechonota 11, lo que nos interesa es determinar qué condiciones ideales debería cumplir una lengua europea auxiliar sirviéndonos del buen juicio y de la libertad discursiva, y luego, a posteriori, examinaremos qué lenguas, incluida la inglesa, se ajustan mejor a dichas condiciones. 

  Ocurre, cuando se habla de lenguas, que la razón parece trabajar de manera limitada con una cierta laxitud que viola la amplitud de la cuestión, y lo que frente a otros problemas prácticos sería un imperativo categórico, a saber, la de la búsqueda de la solución más lógica, económica y sensata, en la dimensión lingüística parece descuidarse. Solo así se explican propuestas como la resurrección del latín o del griego clásico, la reconstrucción del indoeuropeo, o soluciones marcadas por la inercia consistente en ajustarse a la coyuntura del momento, como la de creer que el inglés es la solución del problema. No estamos interesados en esas posturas. Examinemos qué condiciones debería cumplir la lengua auxiliar europea para ser la solución más adecuada al problema planteado, y luego, a la luz de esas condiciones, veamos en qué fallan o en qué aciertan otras propuestas.

  Resumiendo, en nuestro camino para determinar qué acciones concretas pueden proponerse para hacer que los europeos se sientan a sí mismos como pertenecientes a un solo pueblo y no cedan, por tanto, nunca más a ninguna pretensión segregadora impuesta desde arriba, hemos llegado a la proposición de que sería necesario que compartieran una lengua auxiliar común para superar el carácter divisor derivado de la pluralidad lingüística del continente. Ello no es una condición suficiente, por supuesto, pues nada garantiza que dos pueblos pertenecientes a una misma comunidad lingüística no vayan a presentar conflictos entre sí solo porque ambos hablen el mismo idioma. Pero no cabe duda de que en el entendimiento entre los pueblos la lengua juega un papel fundamental y, en ocasiones, definitivo, sobre todo si el ámbito lingüístico es el principal factor de diferencia, como ocurre a nuestro juicio en Europa. En el juego dialéctico entre dos comunidades pueden dirimirse muchos conflictos antes de que lleguen a provocar una confrontación abierta, y si esas dos comunidades tienen un código de comunicación común, elegido por consenso cuando las relaciones entre ambas eran buenas, el mero uso del mismo para resolver su litigio es prueba permanente de que la convivencia y el acuerdo entre ambas es posible. Pero esta, la de proponer una lengua vehicular común a todos los europeos, no es una respuesta completa, porque todavía no puede traducirse en una acción concreta. Como hemos apuntado, la clave es proseguir el ejercicio discursivo para determinar qué cualidades debería tener esa lengua auxiliar y, una vez determinadas, verificar si puede encontrarse alguna correspondencia con la realidad o si no pasa de ser una lengua imaginaria.

  Si pretendemos hacer de Europa una tierra de paz perpetua nota 12, es obvio que no lo haremos a través de la guerra, porque precisamente la paz es la ausencia de la guerra y de todo conflicto latente que pueda desembocar en la guerra. En nuestro tiempo, como se ha visto en muchos conflictos en los que se ha requerido la intervención militar de coaliciones internacionales, se da con frecuencia la aberrante intención de imponer la paz mediante la guerra; en realidad, si con guerra intenta extinguirse la guerra, el resultado no es la paz, sino la guerra momentáneamente agotada de sí misma y tomándose una pausa antes de recrudecerse. Nosotros nos adscribiremos a la simple verdad de que para apagar un fuego hay que hacerlo con agua, lo mismo que el odio debe vencerse a través del amor nota 13 . Por tanto, si aspiramos a la paz en Europa, suscribiremos como principio inexcusable que toda herramienta que se use para tal fin ha de participar de ese ideal de paz.

  Si pretendemos hacer de Europa una tierra de libertades, es obvio que no lo haremos a través de imposiciones, de sanciones o de cualquier elemento que suponga una merma en la capacidad de decisión de las personas. No hay lugar en nuestra aspiración para ningún talante autoritario que, por la fuerza de sus convicciones, aunque crea actuar de buena fe, se imponga mediante la violencia, por sutil y soterrada que esta sea. En un entorno donde las personas son libres, toda decisión que ataña a la colectividad solo puede adoptarse por la forma del consenso, tras un debate en el que todas las posturas se hallen representadas y puedan opinar libremente. Por tanto, si la libertad es también nuestra aspiración para Europa, toda herramienta que usemos para tal fin participará del ideal de libertad y su aplicación podrá ser aprobada únicamente por consenso.

  La igualdad es otro de los valores fundamentales que perseguimos con nuestra aspiración de una Europa unida. En realidad, sin igualdad no puede hablarse de paz ni de libertad. Allí donde hay desigualdad entre pueblos que viven en estrecha vecindad surge el conflicto, y todo conflicto, cuando se perpetúa demasiado, realimentándose y cargándose de sentimientos ponzoñosos, amenaza la convivencia pacífica. Y también allí donde hay desigualdad no es posible conseguir un debate donde todas las posturas se encuentren equitativamente representadas, por lo que el consenso conseguido no será nunca efectivo y habrá quienes deban siempre hacer frente a concesiones más exigentes que otros. Si un estado de cosas tal como ese se perpetúa demasiado tiempo, la libertad, basada en la representación igualitaria de todas las partes, se verá amenazada. Toda herramienta que se proponga para conseguir una Europa que conceda el mismo valor equitativo a todos sus componentes, asegurándoles una representación igualitaria, deberá respetar ese ideal de igualdad.

  Podemos seguir con otros valores que forman, todos ellos en conjunto, tanto el sustrato como el sabor y la esencia de nuestro sueño, y nuestra necesidad, de una Europa unida. Para recoger frutos de amor hay que sembrar semillas de amor. Si esto es válido para las personas, lo es también para los pueblos, que se componen de personas. No hay que avergonzarse al hablar de amor entre las personas y entre los pueblos desde un punto de vista estrictamente laico, como el nuestro, pues en verdad el amor contiene aproximadamente a todos los demás valores que estamos resaltando, no obstante, sigamos el camino convencional enunciando a dichos valores por separado. Así, digamos que para recoger frutos de paz (y de libertad, de igualdad, de solidaridad, de fraternidad, etc.), hay que sembrar semillas de paz (y de libertad, de igualdad, de solidaridad, de fraternidad, etc.); nunca el que siembra conflicto obtendrá en su cosecha otro fruto que no sea el conflicto. Para trabajar por la paz, la libertad, la igualdad, la solidaridad, la fraternidad, la justicia, la democracia, el derecho, etc. hay que usar herramientas construidas y diseñadas con esas ideas en la mente. Toda propuesta para la unión de los europeos que no responda a esos valores habrá de ser descartada.


Notas:

11 Y no lo es, ciertamente. Si lo fuera, no tendríamos que ver a los políticos, los representantes de la ciudadanía europea, auxiliándose de intérpretes en las cumbres internacionales, dando con ello una pobre imagen al resto del mundo en relación con la unidad europea. Si el inglés fuera ya una lengua franca, como lo fue el latín para la clase intelectual europea durante siglos, todos ellos lo hablarían con soltura y debatirían en ese idioma. No parecen creíbles afirmaciones como «algo más de la mitad de los europeos habla inglés» (Siguan y Orduña, 2011, p. 32), cuando la UE tiene que gastar millones de euros para que los europarlamentarios puedan debatir porque carecen de competencias comunicativas suficientes para comunicarse por sí solos entre ellos. Si se sostienen afirmaciones como la precedente, o bien por «hablar inglés» no se entiende lo mismo que tener una perfecta soltura en el idioma —tal que permita debates con plena eficiencia discursiva—, o bien la clase política europea no es una muestra fiable del conjunto de la población europea.Volver al texto

12  El término se debe a Kant, quien en su ensayo de título Por la paz perpetua de 1795 defendía la búsqueda, mediante los principios ilustrados, del ordenamiento político y jurídico que hiciera imposibles nuevos conflictos bélicos en Europa. No hacía sino seguir la estela de otros hombres anteriores a él (Enrique IV y su ministro Sully, el abad de St. Pierre, Rousseau…), estela que otros hombres que vivieron después de Kant también seguirían, como Simon y Thierry, Hugo, Proudhon, Renan, Coudenhove-Kalergi, Ortega y Gasset, Briand, Spinelli y Rossi, etc., además de los artífices de la actual Unión Europea, comenzando por Schuman y Monnet.Volver al texto

13  «En este mundo, el odio nunca cesa a través del odio; solo cesa a través del amor» (Calle, 1994, p. 15), y también «conquista al hombre airado mediante el amor; conquista al hombre de mala voluntad mediante la bondad; conquista al avaro mediante la generosidad; conquista al mentiroso mediante la verdad» (Calle, 1994, p. 61). Así reza el Dhammapada, texto sagrado atribuido a Buda. No obstante, no hay que salir de la órbita europea para encontrar una idea similar. Sirvan de ejemplo estos versos atribuidos equivocadamente a San Francisco de Asís: «Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Que donde haya odio, ponga yo amor; donde haya ofensa, perdón; donde haya duda, ponga yo fe; donde haya desesperación, esperanza; que donde haya tinieblas, ponga yo luz; y donde haya tristeza, ponga yo alegría. ¡Oh, divino Maestro!, haz que no desee tanto ser consolado como consolar; ser entendido como entender; ser amado como amar; porque es dando como recibimos; es perdonando como somos perdonados; y es muriendo como nacemos a la vida eterna» (Doig, 1976, p. 10).Volver al texto


Citación sugerida: Molina Molina, José Antonio (2022): La lengua europea común (Círculo Rojo, 2022).
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