Molina Molina, José Antonio (2020): Las carreteras y el fin de la era del petróleo.
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Frente a estos pronósticos existen tres problemas que pueden apuntarse. Sobre la apertura de los yacimientos conocidos y aún sin explotar, hay que decir que se trata de petróleos no convencionales, o de petróleos convencionales pero de difícil acceso, como los de aguas ultra-profundas o los del Ártico. En otras palabras, se trata de petróleos difíciles de obtener y caros, cuya capacidad para nutrir de energía a la sociedad es muy inferior a la de los petróleos típicos del siglo XX, por el alto coste energético que implica su extracción. Hablar de volumen, por tanto, es engañoso en estos casos; habría que hablar de energía neta disponible para la sociedad. Sobre los yacimientos no encontrados, hay que decir que los números aportados por la Agencia parecen en exceso optimistas. Los datos históricos rebelan que el máximo número de descubrimientos se alcanzó en 1960, es decir, hace más de 50 años (Miller y Sorrell, 2014). Desde entonces, pese a la incansable búsqueda de petróleo de la humanidad, con y sin inversiones de por medio, el número de descubrimientos ha ido cayendo, tanto en número como en importancia de los mismos (ídem). El tercer problema es bien sencillo de enunciar: la esperanza en el crecimiento de las inversiones, de la que depende tanto la puesta en funcionamiento de yacimientos conocidos, el descubrimiento de nuevos yacimientos, y el desarrollo tecnológico, es contraria a la tendencia actual de los últimos años. Las grandes compañías petroleras han estado reduciendo sus inversiones en bienes de capital en los últimos años (Kopits, 2014), y si esta situación no se revierte, la esperanza de minimizar el gap entre la oferta y la demanda para las próximas décadas se esfuma. La propia Agencia Internacional de la Energía no deja de advertirlo en los últimos tiempos (IEA, 2016).
Cabe resaltar, para terminar, la estrecha relación que existe entre la evolución de la economía y el precio del petróleo, aunque ya puede adivinarse a tenor de lo apuntado más arriba en cuanto a las relaciones entre la economía y el suministro de petróleo, dado que el precio se relaciona con dicho suministro. En etapas de desarrollo económico aumenta la demanda global de petróleo. La producción, sin embargo, no puede seguir el mismo ritmo, por lo que se produce una situación con más demanda que oferta, lo que conlleva un aumento de los precios del crudo. Pero este incremento conlleva una ralentización económica, dado que si los combustibles líquidos aumentan de precio los gastos de las empresas también aumentan, lo que conlleva pérdidas de ganancias netas que se traducen en despidos o incluso en el cierre de algunas de ellas. La reducción de la actividad económica significa que se reduce la demanda de crudo en relación con la oferta, de manera que los precios del crudo vuelven a bajar. La nueva disponibilidad de petróleo abundante y barato posibilita que la economía vuelva a crecer, y así se reinicia el ciclo. La realidad puede ser mucho más compleja, desde luego, pero pensamos que este sencillo esquema no debe ir desencaminado.
La demanda de petróleo siempre tenderá a subir, debido al propio crecimiento de la población y del producto interior bruto de los distintos países. En cambio, la oferta, aunque también experimente vaivenes, siempre tenderá a bajar, tanto por el agotamiento de las reservas convencionales como por la pérdida progresiva de calidad de las nuevas reservas que se exploten (que aportan menos petróleo y más caro que el de las reservas típicas del siglo XX). Estas dos tendencias contrapuestas (la necesidad creciente de petróleo barato y la capacidad decreciente para producirlo) provocarán que los ciclos de aceleración y desaceleración económica sean cada vez más frecuentes, y con una pérdida de fase entre aceleración y desaceleración, es decir, que en las etapas de crecimiento económico ya no podrá recuperarse lo perdido en las etapas de decrecimiento económico, de manera que, desde una perspectiva global, la economía mundial se encaminará hacia una recesión irreversible.
Como hemos indicado, la realidad puede ser mucho más compleja, pero hay algo de lo que, en principio, podemos estar seguros: el petróleo barato y fácil, el del siglo XX, se está agotando, y los petróleos que tenemos a nuestra disposición en este siglo XXI serán cada vez más caros y difíciles de obtener, y aportarán menos energía neta a la sociedad. La progresiva escasez volumétrica en el suministro de petróleo es más que evidente, a tenor de la figura 7.2, que expresa el pronóstico oficial de la Agencia Internacional de la Energía en su escenario de referencia, si no se produce un repunte de las inversiones. Calcular la progresiva pérdida de la energía neta que podremos obtener del petróleo es un asunto más complicado, aunque algunos autores lo han abordado (Turiel Martinez, 2016), y el resultado es una figura con una pendiente descendente todavía más acusada que la de la figura 7.2. Ello no es sorprendente, si consideramos que conforme pase el tiempo, la proporción de los petróleos del siglo XX (de mayores tasas de retorno energético) disminuirá con respecto a la de los petróleos del siglo XXI (de menores tasas de retorno energético). De hecho, incluso si se sumaran los petróleos de yacimientos pendientes de explotar, y los que se supone que aún están por descubrir, la gráfica de energía neta seguiría siendo descendente (idem), porque estos nuevos petróleos seguirían presentando menores tasas de retorno energético que los del siglo XX. Según esto, ni los avances tecnológicos ni la explotación de nuevos yacimientos, descubiertos o por descubrir, parecen poder evitar el hecho de que, en las próximas décadas, nos veremos forzados a consumir menos energía que ahora, y la situación empeorará conforme pase el tiempo. Si confrontamos este hecho con el del crecimiento de la población mundial, y por consiguiente con el aumento de las necesidades energéticas de la humanidad, se obtiene una ecuación de difícil solución.
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