Molina Molina, José Antonio (2020): Las carreteras y el fin de la era del petróleo.
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Pero los importantes gastos relacionados con las redes viarias, tanto en lo que se refiere a la inversión como al mantenimiento, son algo habitual en los países desarrollados, y constituyen un importantísimo desembolso para el erario de los mismos. En Europa, en 2013, Alemania fue el país que más invirtió en carreteras, con alrededor de 10.600 millones de euros, seguido por Francia, con más de 10.200, Reino Unido, con más de 5.800, y España, con más de 4.200. A estas cantidades hay que añadir los costes de mantenimiento, que suelen tener un valor equivalente al de la tercera parte de las inversiones (véase figura 4.2).
Ahora bien, la inversión en carreteras no es la misma año tras año, sino que depende de la coyuntura económica del momento. En particular, la grave crisis económica de 2008 significó una caída en cuanto a la inversión en redes viarias en el conjunto de Europa. Tanto es así que en 2013 se redujo a valores equivalentes a los de 1995. Los costes dedicados al mantenimiento también experimentaron un descenso entorno a esa fecha, aunque no tan espectacular.
Con todo, hay que recordar que la reducción en la inversión no significa una reducción en los kilómetros de carreteras construidos cada año (las carreteras no desaparecen, desmantelan o abandonan en periodos cortos de tiempo) sino, a lo sumo, una reducción en su crecimiento. Ello significa que, incluso en contextos económicos adversos, las redes viarias europeas no dejan de crecer, y con ellas crecen, también, los costes de gestión y mantenimiento que los países deberán afrontar en el futuro, así como sus nocivos impactos ambientales. No solo eso; con el crecimiento de las redes viarias, aun en aquellas etapas de carestía en las que parece no haber dinero para otras partidas presupuestarias, los países profundizan en su dependencia con un modelo de transporte terrestre que podría entrar en crisis en los próximos años, debido a su interrelación con un recurso energético que está entrando en decadencia.
Nadie duda de que las carreteras son infraestructuras muy caras, y de que los países europeos dedican cantidades astronómicas a su construcción y mantenimiento, incluso en etapas de ralentización económica general. También es difícil discutir el hecho de que se trata de inversiones justificadas, si uno entiende que el modelo socioeconómico que hemos elegido depende enteramente de la movilidad de mercancías y personas. Sin el transporte por carretera, ya lo hemos dicho en el capítulo anterior, las ciudades dejan de ser lugares habitables dado que, en lo que se refiere a los bienes de primera necesidad, como el alimento, son centros de consumo, no centros productores. Pero esta disociación entre centros productores y centros consumidores se hizo posible, precisamente, por la disponibilidad de un transporte barato y eficiente, como el de carretera. El transporte por carretera, por tanto, ha contribuido a crear un modelo de civilización a su medida, de manera que cuando él decaiga, la civilización decaerá con él. Bajo esta máxima, ¿quién se atrevería a poner en duda las inversiones que se realizan en la ampliación de las redes viarias?
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