jueves, 2 de febrero de 2023

La lengua europea común - Fragmento 10

 

2.2 Lo que más separa a los europeos


Decir que Europa está fragmentada significa lo mismo, pues, que decir que los europeos se encuentran divididos, que no se perciben a sí mismos como pertenecientes a un solo pueblo. La pluralidad tiene mucho que ver con este sentimiento de división, pero realmente la pluralidad no implica división; la división ha sido orquestada, estructurada, institucionalizada desde arriba, sirviéndose de la pluralidad subyacente. 

   En efecto, la diversidad cultural, lingüística, étnica, religiosa, etc. se ha transformado artificialmente en división política, en una exacerbación del orgullo, del egoísmo, del particularismo, del chovinismo, bajo la forma de reinos o naciones que, en esencia, no han hecho sino saber explotar la memoria tribal de la masa. En realidad, este proceso no hace sino aniquilar a los pueblos preexistentes y convertirlos en masa servil. Generalmente son poderes coercitivos y coactivos, que extienden sus redes de arriba hacia abajo, los que consiguen que las personas interioricen el mito de la nacionalidad, generando un antagonismo irreconciliable e irracional allí donde solo había una pluralidad de pueblos y lógicas competencias puntuales sobre los recursos. Esta identidad nacional, interiorizada y vinculada a la identidad personal, se perpetúa en las generaciones siguientes, de manera que todavía existe, como un fósil de otro tiempo.

   Ello viene a colación de otra pregunta fundamental: si los europeos están divididos, pues de hecho es claro que no se sienten como un solo pueblo, ¿cuál es el agente divisor más importante? De lo dicho anteriormente se diría que son las nacionalidades o las identidades nacionales lo que más los separa. Podría decirse así, en primera aproximación, y aducir que el camino es superar las nacionalidades, lo que implica abolir las naciones, camino hoy por hoy imposible. Ante cualquier ataque frontal de este calado, los Estados nación jacobinos reaccionarían replegando sus fuerzas en una peligrosa actitud reaccionaria, como bestias que, al sentirse amenazadas, redoblan su ferocidad. Postura más sensata que la de abolir las naciones ha sido la emprendida por la Unión Europea con el método del federalismo funcionalista, pero eso no superará las nacionalidades ni hará de los europeos un solo pueblo, como ya hemos dicho; solo superpondrá sobre estructuras políticas preexistentes otras mayores, con vocación supranacional, dejando prácticamente al margen a los ciudadanos e inviolado el principio de soberanía nacional, que ha servido de excusa a tantos desastres.

   Aunque hemos dicho que la identidad nacional es un fósil de otro tiempo, eso no significa que deba subestimarse su poder y su capacidad de división entre los europeos. No obstante, al mismo tiempo, chovinismos y patriotismos están siendo cada vez más desplazados en Europa, y no son, en nuestra opinión, el agente divisor más notorio entre las personas. La nacionalidad es un mito, algo perpetuado durante varias generaciones. La mayoría de las naciones se han formado bajo violentos movimientos uniformadores promovidos por un poder central. Esa violencia implícita a la homogeneización forzada de los pueblos constituye algo anacrónico hoy en día, sin embargo, su producto, las naciones y las nacionalidades, sigue existiendo, resistiéndose a desaparecer y dar paso a otras estructuras —como los Estados federales— más acordes con el mundo actual. 

  ¿Por qué las naciones siguen existiendo si se perdieron los presupuestos míticos, monárquicos, étnicos, religiosos, etc. que les dieron origen? La raigambre del sentimiento nacional entre los ciudadanos no lo explica por sí solo, pero es una parte de la respuesta. Pero el patriotismo y la identidad nacional se nutren de las diferencias, no existen por sí solos. En realidad, lo que han hecho las nacionalidades para adquirir consistencia ha sido dotar a las diferencias del calificativo de irreconciliables, de insuperables. La diversidad, por sí sola, es neutra, no constituye un agente separador, a no ser que alguien la utilice como divisa de segregación. En una ciudad pueden coexistir en paz varias etnias durante siglos hasta que a un líder carismático se le ocurra destruir esa convivencia vinculando una coyuntura negativa, como una crisis económica o social, con una etnia determinada. En este ejemplo, la diversidad, en principio neutra, o positiva si se considera su carácter enriquecedor para unos y otros, se convierte en un agente de segregación, de orgullos y de odios, en manos de un orador artero y sin escrúpulos que «ennoblece» su causa política, convirtiéndose en caudillo de una cruzada que él mismo ha inventado. 

   Podemos decir por tanto, y en general, que lo que separa a los europeos es la creencia artificiosa de que la diversidad es un factor de separación, que las diferencias entre ellos son insuperables y tan abruptas, de hecho, como los trazos de las fronteras nacionales. El camino a la unidad de los europeos pasa, entre otras cosas, por enseñarles que las diferencias que existen entre ellos no son agentes de separación, y que si así lo creen es por la actitud anacrónica de confundir la realidad (la diversidad, en este caso) con la gestión geopolítica que se hace de ella (las nacionalidades). Trazar una línea en un mapa no conseguirá que, en el mundo real, las montañas queden a un lado y los valles a otro, porque a ambos lados de la línea habrá montañas y valles. Y aunque las tierras pueden ser diferentes unas de otras a ambos lados, el viento no pagará ningún peaje fronterizo por pasar de un lado a otro. 

   Anteriormente ya comparamos la geopolítica con el arte de parcelar el mar, y tal enunciado será más verdadero conforme la red que une a las personas, independientemente del lugar en el que vivan, se vuelva más densa y tupida. Es decir, conforme más evidente se haga la continuidad subyacente, menos legitimación tendrán las discontinuidades superpuestas, teniendo su ejercicio la misma utilidad que hacer parcelas en el mar o encorsetar a los vientos. La diversidad es natural, la división es artificial. La coexistencia es a menudo natural, pues las personas tendemos a mezclarnos tanto biológicamente como culturalmente; la segregación es una imposición violenta y forzada que tiende a separar comunidades humanas en base a criterios arbitrarios. El agente que separa a los europeos es confundir lo que es artificial con lo que es natural, confundir la convención con lo concreto, las parcelas con el mar.

La diversidad se corresponde con el mundo de hecho, el mundo de la vidanota 3. Aquello que hace de la diversidad una excusa para movimientos fragmentadores, separatistas (por ejemplo, los nacionalismos), son estructuras sistémicas que, en la medida que se interiorizan, perjudican la percepción clara que asume con neutralidad una pluralidad preexistente. Creer que la diversidad separa, sin que ahora nos importen ya los motivos que originan esta creencia, es algo que constituye un obstáculo decisivo para que los europeos, tan cerca hoy unos de otros debido a su densidad demográfica y a las nuevas tecnologías del transporte y la comunicación, se sientan como un solo pueblo.


Notas:
3 Volvemos a la terminología habermasiana. Habermas habla del sistema, del constructo artificial que los hombres superponemos a la naturaleza y que, eventualmente, gobierna todos los ámbitos de nuestra existencia, y lo contrapone al mundo de la vida, es decir, el mundo de hecho que engloba nuestra identidad natural y cultural y en el que toda la gama de nuestro sentir y pensar en libertad encuentran su expresión. Los sistemas económicos y productivos arrebatan al hombre su libertad original y circunscriben su vida a unos imperativos planificados por el poder, convirtiéndole en consumidor, en votante, etc. En nuestra opinión, la diversidad lingüística es parte del mundo de la vida, mientras que la fragmentación política que se aprovecha de ella es parte del mundo sistémico.Volver al texto


Citación sugerida: Molina Molina, José Antonio (2022): La lengua europea común (Círculo Rojo, 2022).
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