jueves, 30 de septiembre de 2021

Las carreteras y el fin de la era del petróleo - Fragmento 5

 

Citación sugerida:
Molina Molina, José Antonio (2020): Las carreteras y el fin de la era del petróleo.

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   Nuestra dependencia con las carreteras es total, y acostumbramos a relacionar nuestro desarrollo y bienestar con la densidad de las mismas. Pero vistas desde una perspectiva más holística y menos antropocéntrica, las carreteras constituyen otro paso más en la dramática disociación entre el hombre y la naturaleza. No solo expulsamos a esta de los lugares en los que vivimos y le robamos cada vez más extensiones para nuestros cultivos y pastos, sino que también la apartamos de nuestro camino cuando nos movemos de un lado a otro. Lo hacemos creando prolongaciones kilométricas y laberínticas del suelo de asfalto de nuestras ciudades, prolongaciones que se extienden por la tierra imparables, como una extraña plaga que deja la piel natural de la tierra gravemente fragmentada. Si las carreteras fueran ríos, uno no podría caminar por Europa sin mojarse los pies en incontables ocasiones. Antiguamente, un viajero perdido en el corazón del continente estaba salvado si encontraba un río, pues eso significaba disponer de agua fresca, de pescado, y de una guía segura hacia un asentamiento humano o hacia la costa. Hoy en día, un viajero perdido, es decir, con las pilas de su GPS agotadas, no se salva si encuentra un río, al contrario, lo más probable es que muriera envenenado si se le ocurriera beber de sus aguas. No; lo que salva a un viajero despistado en mitad de Europa es encontrar una carretera, porque casi con toda seguridad le conducirá a un lugar habitado donde podrá aplacar su sed comprando agua embotellada y su hambre con comida prefabricada.

   La humanidad se agrupa en ciudades y otros asentamientos humanos de menor tamaño. Las ciudades se interrelacionan mediante complejas redes de comunicación. Si pensamos en las neuronas y sus intrincadas interconexiones, ¿no se parece la humanidad a un cerebro, solo que no en tres dimensiones sino alojado sobre la superficie cuasi-esférica de un planeta? Podemos pensar, por tanto, que nuestro mundo es como un inmenso cerebro, y la cultura que brota de la acción de ese cerebro es lo que podríamos llamar la mente universal asociada a ese cerebro planetario. Hoy en día, la red de interacciones humanas es extraordinariamente densa y compleja, si se compara con otros periodos de la historia. Buena parte de esa red es invisible, no ya por los transportes marítimos o aéreos, que no dejan huella de su paso, sino porque tiene naturaleza electromagnética: viaja por el aire y a veces sube hasta el espacio y regresa a la tierra, y de ese modo hacemos una transferencia bancaria, estudiamos o trabajamos a distancia, nos enamoramos de alguien que jamás hemos visto en persona, etc., y todo en las pantallas de nuestros dispositivos electrónicos, que no son sino ventanas que se asoman a esa complejísima tela de araña invisible y electromagnética que nos envuelve. Pero todavía persiste, en lo material, una expresión de esa intrincada red neuronal que nos mantiene interconectados. Todavía no nos hemos disuelto en la nube electromagnética, todavía ocupamos cuerpos físicos que tienen que alimentarse, desplazarse, etc. Todavía necesitamos, pues, que se mantenga una vasta red de vías de comunicación terrestre. Las tecnologías de transporte actuales no pueden vencer la gravedad de manera barata y sencilla, lo que nos aboca a deslizarnos sobre el terreno a bordo de incontables vehículos con ruedas que necesitan, a su vez, de las carreteras. 



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